CELTA-REAL SOCIEDAD: Balaídos acoge con cariño a Brais Méndez en su primera visita

2022-10-22 20:53:53 By : Ms. Laney Lee

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Brais Méndez, con gesto de cansancio. ALBA VILLAR

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En Balaídos, ese estadio a la vez viejo y nuevo, de piel bruñida y costado desnudo, se mezclan todas las conjugaciones verbales como si el tejido del tiempo se hubiese rasgado en su interior. La celebración del pasado, del que existió realmente y del que se embellece en el recuerdo, se fundió con el futuro que será y el que hubiera podido ser. El presente es a la vez lo más tangible y lo más efímero. Un puñado de segudos entre interrupciones.

Todo cambia, hasta el clima, y todo permanece sin que se contradiga. En Balaídos, tras tantas semanas en secano, llovió y venteó como antaño. Los espectadores se ubicaron en la antigua grada de Gol, la retocada de Río, la remodelada de Tribuna e incluso en ese Marcador que crece desde cero y exhibe su esqueleto. Al menos un par estaba allí, sobre el cemento, como avanzadilla de los miles que llegarán cuando se inaugure.

Dos personas ven el partido desde las obras de Marcador. Marta G. Brea

Volvía Brais Méndez al vientre que lo parió. Al joven mosense se le reprocharon las malas temporadas colectivas y la gestualidad fría. Se le silbó por costumbre. Huyó del veneno de las redes sociales. Si reabriese sus cuentas hoy, comprobaría cómo aquellas críticas se han convertido en elogios. Los jugosos 15 millones de su venta se antojan escasos. Brais se ha reividicado en la distancia.

El celtismo fantasea hoy con esa realidad paralela en la que Brais no es vendido. Pero en ese relato contrafactual Brais sigue escorado en la banda y agobiado por la presión ambiental. Aunque no realizase su mejor actuación, el partido valió para valorar su encaje en el ecosistema de la Real Sociedad; con libertad para transitar por territorios centrales, rodeado de jugadores que comparten su ideología y con la jerarquía de saberse importante. A veces, para crecer, no queda más remedio que soltar amarras.

Imagen de la grada de animación en Río. Marta G. Brea

Los aficionados entienden su decisión igual que entendieron que David Silva estaba llamado a otros empeños. A los dos, el hijo que recientemente se ha perdido y aquel fugaz destello de hace 17 años, les dedicaron las gradas sus pequeños gestos de amor. Aplaudieron sus nombres cuando la megafonía recitó las alineaciones y a Silva cuando fue sustituido. Brais, singularmente, agradeció el cariño de Siareiros cuando acudió a su esquina a botar un córner. Sacó otro, desde el lado contrario, que supuso el 1-2. Acudió al corrillo de celebración despacio, conteniendo su alegría.

El encuentro transcurrió como un choque, tan literal como sinónimo. Cada poco algún futbolista quedaba tendido sobre el suelo. Del primero salió Mallo con la frente vendada; de blanco, primero, y de rojo tras el descanso para disimular cualquier sangrado. Al capitán, cuyo rendimiento escruta y discute el público, lo reemplazó Mingueza a la vez que Carles Pérez entraba por Veiga. De A Madroa a La Masía en esa transición en la banda derecha. Aplaudió también el público: a Mallo, por lo que ha hecho durante tantos años y algunos, aprobando su salida, por lo que ayer no estaba siendo capaz de hacer; a Veiga, por lo que está haciendo y la ilusión de lo que hará; a Brais y Silva, por lo que hicieron y lo que hubieran podido hacer. De todos ellos se ha impregnado Balaídos.

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