La vida de la familia francesa Courjault cambió para siempre por tres kilos de pescado. Ese pequeño detalle hizo que Jean-Louis descubriera un mundo de horror secreto que escondía Veronique, su pareja, en la heladera de su cómoda casa de Seúl, Corea del Sur.
El 23 de julio de 2006, el hombre estaba solo en la capital coreana, mientras su esposa y sus dos hijos pasaban unas vacaciones en Francia. Jean-Louis recibió un regalo de su profesor de idioma para paliar la soledad. Le llevó tres kilos de caballa para una receta de comida oriental que le había pasado un compañero de trabajo. “Abrí el freezer de mi casa que tenía muchos cajones” dijo el ingeniero automotriz. Un gesto cotidiano que le cambiaría la vida para siempre.
Jean-Louis Courjault relata su descubrimiento de “bebés congelados”. Estaba solo en un enorme departamento de 250 metros cuadrados, en un país lejano, sin familia, sin amigos. Véronique Courjault lo escucha, sentada en el banquillo de los acusados, con los rasgos demacrados y las ojeras, tras una primera noche tras las rejas. “Abro el primer cajón, era un lío que no me gustaba, quería juntar las caballas, quería organizar todo esto, abro el segundo cajón igual, el tercero igual, abro el cuarto… “. La voz se quiebra, Jean-Louis Courjault, de repente, lucha por encontrar las palabras para narrar el horror que sintió. El escalofrío recorriendo su cuerpo. Había hallado a dos de sus hijos recién nacidos asesinados por su esposa. Aún no sabía que eran sus hijos.
El hombre continuó con el relato ante el estupor del Tribunal. “Hay algo envuelto en una toalla, abro, veo una mano… Vuelvo a empezar, primer cajón, segundo cajón, tercer cajón, cuarto cajón, quinto cajón… Veo en el quinto un segundo bolso, abro y también es un bebé”.
Son las 11:30 de la mañana en Seúl y las 4.30 de la madrugada en París. Veronique duerme sin saber el horror que se había destapado en la casa familiar de Corea del Sur. Jean-Louis continuó con su relato en el Tribunal. “Me siento en la sala de estar, no sé qué hacer, tengo que llamar a la policía, pero no sé su número, apenas puedo decir mi dirección, no puedo decir bebés, no sé no sé decir freezer… estoy atascado”. El recuerdo se detiene en esos detalles que quedarán para siempre grabados en el cerebro del esposo de la asesina. El hombre entonces llamó a un compañero de trabajo coreano que se encargó de avisar a la policía.
El fiscal interrumpe el relato del hombre en el estrado y lo intenta acorralar.
- ¿Por qué no se le ocurrió llamar a su esposa?
El hombre con los ojos colorados de tanto llorar no dudó ni un segundo.
- Era de noche en Francia, Vero estaba en casa de su hermana Jocelyne, no tenía su número, habría tenido que llamar a Monique y Robert (los padres de Véronique Courjault), eso los habría preocupado. Y luego, de todos modos, yo quería solucionar el problema, no molestar a Veronique.
M. Kim, un exmilitar que combatió en la guerra de Vietnam trabajaba como guardia nocturno en el edificio de los Courjault. Estaba de turno la noche que desató el horror. “Estaba como loco y me gritó un poco en inglés y un poco en coreano: ´venga rápido, le tengo que mostrar algo´”. Kim siguió al hombre hasta su casa y, una vez frente al freezer, Jean Louis abrió la puerta de la heladera y algunos cajones inferiores, el cuarto y el quinto.
“Entonces me muestra el contenido y me dijo: ´¡Fíjese, hay dos bebés! Two babies´”, recordó M. Kim, quien en su relato agregó que al principio pensó que eran cuerpos de pollos.
La confesión de Veronique
Jean-Louis Courjault no aceptará lo inimaginable hasta tres meses después de haber encontrado a los bebés en el freezer. El 12 de octubre de 2006 su mujer confiesa bajo custodia policial y le cuenta todo a su marido. El caso estalla en la prensa francesa y Veronique es nombrada como “la mamá sin alma”. Luego, Veronique también reveló que ya había matado a otro de sus hijos recién nacido en 1999, cuando todavía vivían en Francia y que quemó su cuerpo. En ese momento, el hombre la abrazó y le dijo al oído: “Te sigo queriendo. Sé fuerte, estoy con vos”.
Antes, ella intentó ocultar su doble vida como madre asesina. Así lo contó ante los tribunales en el juicio: “Recibí una llamada telefónica de Jean-Louis cuando estaba en casa de mi hermana. Quedé en shock y al mismo tiempo aliviada. Estaba sin aire, no sabía cómo decirle que los del freezer eran mis hijos. Jean-Louis estaba lejos, me hablaba de la policía, el ADN, las bolsas de plástico, cosas tan ajenas a esto que sentía“.
En cada declaración policial, Veronique parecía todo el tiempo al borde del colapso nervioso. “Tuvimos que esperar tres días para que Jean-Louis volviera a casa, para que estuviéramos solos, uno frente al otro. Llegó molesto, conmocionado, pero yo en ese momento no lo pude confesar”.
Luego rompe las reglas del juicio y le habla directamente a su pareja que la mira desde el costado del estrado: “Casi te lo digo esa primera noche, pero no pude. No tuve las fuerzas para hacerlo”. Mientras termina la frase, Veronique mira a su esposo directo y se larga a llorar. Tuvieron que suspender el resto de su declaración de ese día.
Antes de su confesión Veronique dio vueltas para intentar confundir a los investigadores. Al principio, dijo que los dos bebés eran gemelos, antes de reconocer que nacieron con un año de diferencia, en 2002 y luego en 2003. Dijo que los estranguló. Sin embargo, la autopsia sobre los cuerpos de los recién nacidos revelará que fallecieron asfixiados. “Decir, por ejemplo, que eran gemelos, era aferrarse a una parte de la verdad para decir lo esencial. Siempre necesito anclarme en una parte de la realidad para ir más allá”, argumentó la madre asesina cuando ya estaba en la cárcel. .
Veronique también le dirá a la policía que había decidido matar a sus bebés “tan pronto como supo que estaba embarazada”. Así, apenas la mujer se hizo el test ya rondaba en su cabeza el final de ese feto que llevaba dentro de su cuerpo. “Claro que sabía que estaba embarazada, claro que sabía que los iba a matar. Pero creo que fue mucho más complejo que eso, mucho más complicado”, recordó ante los Tribunales.
La mujer ante los tribunales exculpó a su marido, quizás el punto aún oscuro del caso. “Es cierto, quedé embarazada en 2002 y 2003, sin que nadie se diera cuenta. Mi marido nunca supo nada. Mi panza no era grande. Disimulaba mis curvas con ropa amplia. Una noche, sentí contracciones, mientras dormía al lado de mi marido. Fui al baño y tomé anti-espasmódicos, y se calmaron. Me volví a acostar. Jean Louis no se dio cuenta de nada”.
“No pensé en abortar, después era demasiado tarde. Sentía cierto poder al ser capaz de dar vida y muerte a mis hijos”, es una de las partes de la confesión de Veronique que más sorprendió por la sinceridad a los investigadores policiales que siguieron su caso.
Pero sus partos clandestinos resultan poco factibles, teniendo en cuenta que su marido pasaba casi todas las noches en su casa, junto a ella y a sus otros dos hijos mayores, Nicolás (11) y Jules (10), a los que Veronique iba a buscar al colegio, todos los días a las cuatro de la tarde.
En su declaración ella culpa a la “suerte” para seguir adelante con su embarazos en secreto. Para salvar a su pareja, Veronique indicó que “las últimas contracciones de cada parto llegaron en ocasiones en las que ella estaba sola en su casa”.
Veronique dio a luz a tres niños en el baño, ella misma cortó el cordón umbilical y escuchó sus primeros gritos. Acto seguido, apretó fuerte y esperó a que el pequeño cuerpo no se sacuda más por espasmos. Ella misma habría sido la hacedora y única espectadora de una tragedia que perpetró tres veces a lo largo de cuatro años: en 1999, 2002 y 2003.
El primer crimen de Veronique
Veronique mató por primera vez a uno de sus hijos recién nacidos en 1999. La familia Courjault vivía en Villeneuve-la-Comtesse, un pequeño pueblo de la campiña francesa de setecientos habitantes. Sólo una vecina recordó tras el estallido del caso de “la mamá sin alma” que la mujer le anunció la llegada de un tercer hijo. La única del pequeño pueblo, el resto no notó nada y describieron a la asesina como “simpática y muy cuidadosa con sus dos hijos”.
Genevieve Courjault, la madre de Jean-Louis, recuerda un detalle particular de la boda de Veronique y su hijo. “Tuvimos dificultad para encontrarle un vestido de novia, porque estaba embarazada de su primer hijo y ella no quería que se notara”.
Todo indica que el año de inflexión fue 1999, cuando su marido se quedó sin trabajo y ella comienza a elucubrar su macabro proyecto: no volver a ser madre nunca más. Pero en septiembre de 2002 y en diciembre de 2003, Veronique lo hizo otra vez: en ambas ocasiones estranguló a sus hijos y los colocó en el freezer al alcance de toda su familia.
Los psiquiatras y abogados no terminan de entender qué la llevó a asumir tal riesgo. Quería guardarlos con ella, eso quiere decir que los quería, fue la explicación de uno de los abogados que defiende a Veronique.
Un día antes de la sentencia dictado por la Corte de Indre-et-Loire, un departamento francés localizado en el Centro del país, la acusada se encontraba en la sala de audiencias vestida con una blusa a cuadros azul marino y blanco mientras escuchaba los argumentos de defensa de sus abogados.. Sus representantes habían pedido “una pena de esperanza y no de desesperanza”, frente a la posibilidad de una pena de 10 años o la cadena perpetua.
Desde el verano de 2006, el caso de los bebés congelados era revisado por el Procurador de la República de Tours, una ciudad enclavada dentro del departamento de Indre-et- Loire, y la historia de Courjault era contada por los medios. Su pareja decía desconocer que su esposa resguardaba los bebés congelados en un refrigerador. Su marido escapaba al delito de complicidad en estos infanticidios gracias a que su mujer aseguraba que él no conocía sus embarazos.
Así estos asesinatos cometidos en el país asiático no escapaban a la hipótesis de un caso de negación de embarazo, una patología estudiada por la psiquiatría francesa y en la que la mujer no se reconoce embarazada psicológicamente.
Los padres de esta mujer, la señalaban como una buena estudiante, su marido la apoyaba en todo momento y sus dos hijos adolescentes en esos momentos de acoso mediáticos eran mantenidos alejados, pero estarían afectados por la situación que vivía su familia. Fue condenada finalmente a 8 años de prisión por un jurado compuesto solamente por hombres.
Veronique Courjault vivió en una celda de hierro y cemento. Estuvo los 8 años aislada para impedir que sea maltratada por las otras detenidas de la cárcel de Orleáns, que aborrecen a quienes hayan cometido cualquier delito de hostigamiento o maltrato contra sus propios hijos. En la cárcel empezó terapia y tras quedar en libertad siguió en tratamiento, mientras sigue en pareja con Jean-Louis. Cada tanto se repite las palabras que escuchó de su abogado el día que la condenaron. “Es una mujer que cometió tres crímenes, no es un monstruo”.