Freddy de Jesús Molina Daza: “un vallenato nadaísta” | EL ESPECTADOR

2022-10-22 20:49:36 By : Ms. Ada Yu

Su eterna musa decidió arreglarse como si fuera a una de las tantas citas que vivió con su amado. La tarde llena de una brisa veranera, se parecía a aquellas que sirvieron de cómplices en los encuentros que vivieron a escondidas. Se puso el vestido que a él le gustaba verle, el cual había guardado con mucho cuidado. Empolvó sus mejillas color canela y pintó de rojo sus labios como si lo tuviera al frente, mirándola de arriba a abajo y cubriéndola de piropos.

Mientras acicalaba su cuerpo, repasaba los cantos de memoria, los mismos que sirvieron para conquistarla. A media voz, como si se tratara de un susurro amoroso proveniente de él, reproduce “ya tengo tus besos/ya soy feliz”, sin premeditar nada, salta a otra melodía y el verso le sale natural, “tanto te quiero que pienso/sin saber lo que he pensado”, para sellar su recuerdo con música, “hoy traigo un canto lastimero/distinto al que un día canté”.

De pronto, todo fue silencio y su rostro se transformó, que la llevó a tomar la decisión de contar tantos viejos recuerdos, que estaban intactos pese al paso inexorable del tiempo. Se sentó en una colorida mecedora. Cogió fuerzas y respiró, mientras hablaba: “Ahora siento como si ese mal momento se estuviera repitiendo, sin importar que hace medio siglo, el dolor nos destrozó y todavía es la hora, que no le encontramos explicación alguna, el por qué tenía que ocurrir en nuestro caserío de corte pastoril, de gente arraigada en sus formas de vida campesina, quienes decidieron elegir y bautizar a ese entrecruce de caminos como Patillal y volverlo el paraíso indicado, donde las hadas madrinas decidieron anclarse y lograr con sus poderes mágicos, convertirse en las mentoras de tanto talento natural y hacer de ese lugar, el más bucólico de este territorio, lleno de sanas costumbres y puertas abiertas, el cual nunca pensó vivir una mala hora, la misma que un día, sin pensarlo dos veces, llegó al final de una tarde del 15 de octubre de 1972, donde se metió en la parranda que siguieron en el pueblo, después de estar en la finca “los Mangos” de Víctor Julio Hinojosa. Todos eran personas que se conocían entre sí y se trataban como familia. Ninguno de ellos se percató de su presencia. Ella llegó y se acomodó como si fuera dueña del jolgorio, veía como se abrazaban, echaban chistes y cuqueaban al bardo creador para que cantara su más reciente creación”.

Decidió pararse y tomar un respiro, para tener la fuerza y seguir contando. Volvió a su sitio habitual que la sitúa frente a la nevada.

“Todo fue alegría y eso estimuló, a Fredy de Jesús, la más sobresaliente figura del momento de la composición vallenata, en donde cada verso que narró con una melodía distinta, acrecentó su fama y lo volvió más diferente ante el resto de los creadores. La armonía que se vivió presagiaba un amanecer distinto, cuyo festejo tenía que ver con la Asunción de María, que se llenó de versos y cantos, al que tenía acostumbrado a sus paisanos. Cada paso que dio el nuevo narrador era seguido por una mala sombra como si se tratara de una maldición. Aldo José, su hermano mayor, se sintió incómodo y borracho se marchó a su casa. En medio del calor de la fiesta, en donde los tragos hacen su labor, decidió ir en busca de él. Ninguno se dio cuenta y menos el cantor de la Malena, que mientras él caminaba en su búsqueda, alguien le seguía sus pasos. Llegó a la casa donde su hermano residía. Su fuerte mano derecha golpeó varias veces la puerta. Él salió y estando frente a frente, surgieron muchos reclamos. Se fueron a las trompadas. De pronto, un cuerpo cayó herido de muerte y la sangre corrió a borbotones por toda la calle. Una bala, de los tres tiros que sonaron, recorrió con huellas de muerte su cuerpo, destrozando sus ilusiones y poniendo a llorar a mares a una población adolorida, que sigue pese al paso del tiempo, caminando muerta en vida, realidad de la que no ha podido salir, porque ese doloroso momento se llevó la alegría natural de nuestra tierra, en donde por muy animada que esté la fiesta, no faltará quien lo recuerde a través de sus canciones o algún hecho lejano, que lo vuelve a poner en presente y hacer que la vida, siga sumergida en un dolor eterno, que propios y extraños se encargan de revivir, sin proponérselo”.

No había terminada de decirlo, cuando el llanto hizo su presencia. Con un pañuelo blanco, se secó suave y con mucha delicadeza, reinició su relato. “Eso fue tan triste, que desde la primera casa de entrada hasta la última de salida, unas de bahareque y otras construidas en cemento, el infortunio nos golpeó desde las siete de la noche, cuando su cuerpo fue recogido y salió en el carro manejado por Gustavo Daza Maestre, acompañados por Bésele Álvarez Acosta y dos policías en la parte de atrás, adelante “Mama Icha” y recostado a ella, el cuerpo de Fredy de Jesús, quienes salieron con la esperanza de salvarlo. Todo eso se esfumó, después que cruzaron la Malena, al despedirse con un leve suspiro del reino de los vivos mientras su madre oraba, creyéndolo vivo, el carro devoraba el terreno destapado. Llegaron a Valledupar. Todo se derrumbó y el dolor cubrió ese amanecer, para convertirlo en el más triste que haya vivido esa región. Su cuerpo fue velado en la casa de Evaristo Gutiérrez. La noticia de su muerte, corrió entre las emisoras locales que no dejó de poner su música durante su sepelio en su tierra natal y sus nueve noches. A nosotros y más a su familia, vimos cómo se nos apagó una luz musical que iluminaba a una región y su música, en manos de uno de su propia sangre, cuya circunstancia dolorosa, aún hoy, no les ayuda a comprender la sinrazón de una tragedia. Esa noche, la muerte reinó y el otrora lugar de paz no volvió a ser como antes. Recordar cuando Fredy de Jesús extendía los acordes melódicos que nacían de su flauta, la guitarra, el acordeón piano, mal llamada concertina o la melódica, sin dejar de lado, que él tocó bien la caja, guacharaca, acordeón de botón y piano, al tiempo que su voz cubría la sabana para que sus mensajes amorosos entraran a la ventana, no de una, sino de varias jovencitas, que cayeron vencidas por la fuerza de su verbo romántico. En esa larga lista estuve y me siento afortunada, que sus inspiraciones exaltaron lo que vivimos”.

La dejé descansar. Estaba agitada. Esto me llevó a contarles, que mientras en Patillal hace cincuenta años el dolor reinaba, se celebraba la Asunción de María o de la Virgen de la Paloma, una fiesta de carácter religioso que testimonia el ascenso de la madre de Jesús a los cielos, luego de terminar sus días en la tierra. Poco importó que varios santos celebraran su fiesta. No pudieron hacer nada, María del Alba, Alipio de Tagaste, Alfredo de Hildesheim, Estanislao de Kostka y Simpliciano de Milán, ante la implacable parca. Sus manos dejaron de tocar sus instrumentos preferidos y el pincel, que lo invitaba a llenar de variados colores los caminos de la pintura, del que se conservan tres muestras de esa iniciativa artística, terminó perdido en un rincón.

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A todo eso le apostó el joven artista de veintisiete años, quien nació una madrugada del sábado 4 de agosto de 1945, en el hogar de Eloísa Daza Hinojosa y José Amiro Molina Gutiérrez, con una aura especial, cuyos astros estaban alineados a favor de su signo Leo y bendecían su llegada, los santos Aristarco de Tesalónica, Jacinto de Roma, Onofre Eremita, Rainero de Split, Eleutorio de Tarsia, Eufronio de Tours y los beatos Cecilia de Bolonia, Federico Janssoone, Gonzalo Gonzalo, Guillermo Horne, Enrique Krzysztofik.

Mientras en el hogar de sus padres era festejo por la llegada del recién nacido, en muchos lugares lejanos, que no sabían de la existencia del caserío, el presidente de los Estados Unidos era Harry S. Truman, un demócrata, y se iniciaba ese día, la semana especial, donde se escuchaba la obra musical “Gotta be this or that”, que traducido al español, es “Tiene que ser”, interpretada por Sammy Kaye & His Orchestra, que sumado al estreno de “West of the Pecos”, “Nosotros los Pecos”, dirigida por Edward Killy, era una de las películas más vistas en esa fecha. Todo era alegría en ese hogar, cuando la comadrona dijo, “es un varón”, que con el paso del tiempo conformó con su hermano mayor Aldo José, Gustavo Elías, Fredy de Jesús, Olga, Laura Inés y Amiro José, más los nietos y habitantes de su tierra, quienes un día por la fuerza de la costumbre, decidieron llamar a la matrona Eloisa Daza Hinojosa “Mama Icha”.

La dejé que ordenara sus recuerdos. Puso las manos sobre sus rodillas. “Mira, en la casa de Fredy de Jesús, todo se volvió una sinfonía musical desde que descubrieron los dones que poseía. Solo atinaron a escuchar la bulla de la celebración que daba cuenta, que para el año de 1969, el artista más reconocido de nuestra música en ese momento, Alfredo Gutiérrez Vital, le grabó el paseo “Los Novios”, canto que me hizo y con el que se graduó con los más grandes honores. Esos 27 años que nos brindó, todos fueron vividos intensamente en pos de la música, el amor y la bohemia. Su talento fue como una lámpara mágica. Todo lo que creó, estaba lleno de éxito. Siempre le gustó estrenar sus canciones junto a su gente y más regocijo sentía, cuando Aldo José el hermano mayor lo acompañaba. Su hermano Gustavo Elías, mayor que él dos años, su hermana Olguita, menor tres, Laura Inés y Amiro José de 19 y 17 años, vivieron todo el sufrimiento de esa tragedia y vieron volar a su hermano preferido, envuelto en las alas de la desesperanza, momento propicio, pese al dolor, para que su obra comenzara a ser analizada, hecho que contribuyó por la fortaleza de sus textos y vestidos melódicos, que le dio más vida de lo que en vida tuvo, entrando a los senderos de la inmortalidad, mientras sus dos pequeños hijos Jesús, Edgardo José y José Juan vieron llorar a su madre Margarita Ochoa Maestre, sin comprender lo que estaba pasando ni presagiaban lo que se avecinaba a partir de esa tragedia”.

Al día siguiente recorrí su tierra natal. Alguien se me acercó y empezó a decirme, “Nací el mismo año que Fredy de Jesús. Estudiamos juntos la primaria. Recorrimos los secretos de la Malena. Nos enamoramos juntos y puedo decir, que él frente al amor siempre adoptó una postura especial hacia la mujer, ella fue el centro de su creación. Mire nomás esa letra, “tanto te quiero que pienso/sin saber lo que he pensado/nos acariciamos y luego/solo sé que yo te amo”. Nunca maltrató a la mujer, por muy herido que saliera de esa relación. Él mantuvo su línea de interpretar bien lo que vivía. Nunca hubo excesos de galantería, cuando su fina coquetería inmersa en su obra planteaba seguirla y exaltarla, con la más alta dimensión afectiva. Siempre se jugó el todo por el todo, por lograr el amor de la dama esquiva, “aunque eso no importa si por ti llego a morir/si toda mi vida pertenece a ti”. Eso solo lo hace un pensador”.

Mientras caminaba de un lado a otro y sus cachetes se enrojecían por la pasión con que contaba sus recuerdos, se atrevió a seguir narrando su historia con su hermano. “Para mí, Fredy de Jesús fue un observador natural de grandes cualidades, por ese solo hecho, narró bien lo que tuvo a su alcance. Es uno de los mejores alumnos dentro del mundo vallenato, que bien pudo tener y ponderar el sociólogo Orlando Fals Borda. Su obra nos dice, las características especiales que tenía la nueva musa. Logró siempre describir lo que tenía al frente como fuente de inspiración. Actuaba como un psicólogo oscultador frente a hechos de su niñez y adolescencia, al decirnos como fue “El primer trago a escondida” y “mi primera novia en olvido”. O adentrarse en un mundo de intensa reflexión, que lo lleva a construir en su obra, un cuestionario directo, “Yo le pregunto y que me diga esa luna Patillalera/ porqué el remplazo de mi vida/ por qué sufrir mi madre buena/Por qué hay sufrimiento lunita/que no llora el niño siquiera”.

Era un narrador que decía la verdad. En medio de ese pensar interno, llegó a buscar el sentir de esa dama recién elegida y a cuestionar que hay detrás de ese gesto o mirada que lo lleve a comprender lo que guarda la amada, por eso sin pensarlo dos veces, le solicita, “Cuando me miras/qué es lo que sientes/dímelo pronto/pronto mi vida/estoy que me muero por saber/qué es lo que sientes cuando me miras”. Fue un hombre creador de rupturas, tanto en el lenguaje como en sus textos. Supo usar la esponja de la vida y narró lo que vivió en cada momento de la misma. Siendo niño buscaba ser adolescente y al tener la etapa juvenil, era un hombre sin serlo. Se le midió a lo que trajo cada momento. Se nutrió de los internados y nuevos lugares, distintos en todo, a su terruño. Allí se adaptó a la comida, a cumplir sus horarios de dormida y recreo. Viajó a otros lugares después que terminamos la primaria en la Escuela Pública.

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De ahí pasó interno al colegio Rafael Antonio Amaya de Villanueva. Estudió en Valledupar. No terminó el bachillerato y al irse a Bogotá, decidió estudiar Composición Musical en la Academia Luis A. Calvo, que le permitió ser considerado un cantautor letrado, en donde no solo se nutre del rio, de la oralidad y popular, savia de la música vallenata primitivo y moderno, sino que se prepara para entrar en el mundo de lo escrito/clásico. Ahí es donde se mete en el mundo de Descartes y del movimiento nadaísta, el cual saborea cuando Martha Traba y Gonzalo Arango visitan a Valledupar en 1969, en el segundo Festival de la Leyenda Vallenata. Esto nutrió al creador, que se dejó seducir por una poética pletórica que es evidente y que nos lleva a decir, “que él, se sale de lo popular y se mete de lleno al mundo del poeta formado”.

Lo conoció tan bien, que cada expresión de su compañero de tierra, lo retrataba como fue.

“Él tenía una manera distinta de contar la historia y musicalizarla con una hermosa melodía, que lo convierte en un narrador de primera línea del canto sentimental, del amor que en sus manos se vuelve canción. Siempre miró con otros ojos lo que pasó en su entorno y lo resolvió sencillo, no solo como lo contó, sino que el lenguaje usado era diferente en todo con relación al pasado y al presente que viven los de su generación. Por eso fue insuperable. La manera como se despide, lo hace fuera de lo común, con elementos sencillos, dados por la gente, por la tierra que lo vio nacer, que muchos creadores tuvieron en la mano y nunca supieron que hacer con él. Narró en primera persona con una altura poética inimaginable. Fue un romántico por naturaleza, que lo llevó a insistirle a su traga amorosa, sin importarle el sufrimiento. Creó una simbología que hizo de dos personas, una. Construyó su historia a lo romeo y Julieta de una manera criolla, que lo refleja en el verso del paseo “El Indio desventurado”, obra con la que ganó el Festival de la Leyenda vallenata en 1970, grabada por Alfredo Gutiérrez Vital, el cual se percibe “en la cabecera ‘e Badillo/cerquita de la nevada/dos esqueletos tendidos/entre piedras quedan en la nada/abrazados en sueño eterno/como haciéndose el amor/la soledad y el silencio/se contemplan con el dolor”.

Al leer a Descartes, fue influenciado, situación que lo refleja en su obra cumbre como una despedida, “Tiempos de la Cometa”, con el verso, “Soy hombre confundido/pensando en cosas/que de ser no dejarán/excusen si necio he sido/con este reflexionar/si luego pienso, yo existo/dijo Descartes al pensar”. Fue un creador que se abrió al cambio sin perder su esencia vallenata. Hizo ruptura en el lenguaje y lo melódico al tiempo, pero nunca desvirtuó su razón de ser musical. Sin duda, fue un narrador de la canción necesaria, reflejada en el paseo “Reclamo al Sistema” o “El Marginado, nació en 1970, cuando su primo Jaime Hinojosa Daza le cuenta que va a Cali en representación de la empresa donde laboraba y allá estaría el recién elegido Misael Pastrana Borrero. Fredy de Jesús le dice, “qué hay que hacer para irme contigo”. La respuesta fue tan ligera como la obra que en poco tiempo fue creada. “Hágase una canción”, le sugirió Jaime. Eso fue en la mañana y a las tres de la tarde, estaba hecha y montada. Al llegar a ese lugar, el cantautor expuso su obra, que fue bien recibida.

El Presidente lo felicito y un sonoro aplauso selló su intervención. En esta obra, él aprovecha de la mejor manera, la posibilidad que le ofrece la cultura, a través de la música, para presentar un problema social musicalizado, y reafirmar la construcción de un sujeto cultural portador de gran valía como es la denuncia social, que se convierte en un valioso discurso, cuya función es construir conciencia, despertar a la ciudadanía que sigue pensando todavía que todo es eterno y nada de ello es cierto. Este verso lo dice todo, “Con hambre y sigue lloviendo/ siempre me voy a mojar”. “Mi pueblo exige cambio social/ Colombia ¿quién te lo dará? “Será el sistema vivido/ que luego reformaremos o tal vez el socialismo con que a mi patria salvemos”. “Soy el hombre marginado que hasta la ciudad llegué”. “Soy campesino que vengo de orillas del río Cesar/ soy el propio sufrimiento que nadie puede calmar”, “Buscando amor, justicia y paz, lo que he encontrado es calamidad”.

El paisano del creador Patillalero se fue. Se llenó de tanta nostalgia que no aguantó narrar tantos detalles. Esto no me impidió seguir buscando sus huellas dentro de nuestra música. Soy un convencido que él, manejó de manera perfecta los tiempos en presente y pasado, entre la alegría y la tristeza. A esto se suma, la explicación que me daría mucho tiempo después, por lo menos treinta años de su fallecimiento, el genial Antonio María Peñaloza, a quien le escuché unas reflexiones académicas sobre su obra: “La mayoría de los creadores de música popular, no salen de la tónica y dominante y en la mayoría de los casos, melódicamente presentan muchas fallas”. Al volver una semana después a Sayco, le mostré como diez obras de Fredy de Jesús. Las escuchó atento. Me dijo, “¿ese es el muchacho que murió en Patillal?

Le dije que sí. ¡Lástima!, tenía gusto melódico y en la letra es lo mejor que he escuchado en el vallenato. Es distinto. No se repite con su música, eso lo hace insuperable”.

La construcción del valor que encierra la nada, unido a su visión que todo se acaba, es una mirada interesante que nos conduce a tratar la muerte con todo un rigor poético, que él supo traducir con mucha genialidad. En las obras, “Los tiempos de la cometa”, cuando manifestó “Como hojas secas quedarán/ hasta mis canciones que quiero” hace uso de las hojas secas para conducirnos a una acción irreversible, en donde todo al final, es muerte y destrucción. O en el paseo “El indio desventurado” “Tan noble sería su pena que fue y murió a su lado”, en donde una pena de amor puede acabar con la vida de un ser humano.

Él transita por unas situaciones tristes, al tiempo con otras generadoras de felicidad, que es descrita en “Dos Rosas”, que es la vida de ella con él, “yo no sé si ha sido más triste que alegre”, o en el planteamiento de un machismo sin sentido, que le niega al hombre la posibilidad de darle paso al llanto, pero él, manda a cualquier lugar su hombría y abre la compuerta de ese momento para decirse así mismo, “por mucho que sea muy hombre/siento ganas de llorar”, en su creación, “A nadie le cuentes”.

Es indiscutible que los elementos musicales y la poesía inmersa en la vida del creador patillalero, que lo convierten en un líder del romanticismo en nuestra música vallenata, que generan un punto de partida y la construcción de una hoja de ruta, que lo llevan a actuar en primera persona y en tiempo presente.

Sin lugar a dudas, él se convierte en un hablante que se debate entre el ser poético lírico o el simple creador vallenato, que va más allá del juglar para convertirse en un trovador de finos trazos, en donde introduce la racionalidad a todo un mundo del conocimiento, la justificación y la opinión fundada, para construir una lógica racional. Eso lo hace ser un vallenato filósofo.

Fue un don juan empedernido. Nunca supo vivir, sin estar detrás de la conquista amorosa, así sufriera por ella. Fue un galante que nunca claudicó la oportunidad de expresarle sus sentimiento, así estos no tuvieran las respuestas positivas a las que siempre proponía el galante trovador como tampoco olvidó cantarle a la ciudadanía, a su tierra, lo vivido y el influjo de querer construir un paraíso a futuro, que le permitió emancipar su mundo poético.

Su vida fue la de un chupaflor que buscaba libar su perfume, así fuera ante la flor más esquiva. Muchos pueden pensar que fue un machista desenfrenado. Con lo que reflejó en sus canciones, puedo plantear, que si la pasión amorosa no lo hubiera tomado por donde suele ocurrir con los genios, el amor en el contexto de la música vallenata, no habría sido llevada a la cima como ocurrió con sus textos musicalizados.

Con su primo hermano Gustavo Enrique Gutiérrez Cabello mantuvo un cruce de canciones, en donde los consejos no se hicieron esperar, con un regaño familiar en el paseo “Por el mismo camino” y lo sentencia, al decirle, “Mira que tú vas por el mismo camino que yo/buscas placer y te enamoras de cualquier mujer”. A lo que Fredy le respondió, en el paseo “Buscando un nido”, “Dejo de andar mariposeando/ cuando consiga la mujer/esa que Dios pa’l hombre ha creado/como su eterno y fiel querer /lógico toca primo hermano/de hacer lo posible y dar con él”. Y Fredy se ratifica como el chupaflor, al decir, “Soy ni aquel pajarito que va cansado/ ¡ay! de tanto volar/buscando un nido/busca la compañera que ha soñado/y la suerte no lo ha favorecido/hoy espera Molina de corazón/a la que sea en la vida su eterno amor”.

Muchos creadores al partir el trovador poeta, le dieron rienda suelta a la inspiración e hicieron sus respectivas elegías. Gustavo Gutiérrez Cabello en medio de la tristeza, construye el paseo “El silencio de Fredy”, donde este verso sella su tragedia, “Y mientras vibra confusa las nota de un acordeón/Fredy Molina se muere sin sentir ningún dolor”. En Medellín, el creador Gildardo Montoya se motivó a decirle, “Una rosa para Fredy/ yo se la voy a llevar/y una oración vallenata/le manda Valledupar”. Mientras iban de Valledupar a San Diego, los artistas Ismael Rudas Mieles y Andrés Gil Torres, decidieron cantarle al poeta que partía al más allá, “Me partió el alma una noche el funeral/una viejita de negro sollozando/ viendo a su hijo que lo estaban velando/un hombre grande que enlutó a Valledupar”. El paseo “No voy a Patillal”, de Armando Zabaleta Guevara, que gano en 1973 la canción inédita del Festival Vallenato, “No voy a Patillal porque me mata la tristeza/al ver que en ese pueblo fue donde murió un amigo mío”, refleja el impacto que produjo su partida. O el testimonio referencial que hace sobre él, el cantautor Reynaldo Armas, quien al enviarle una carta musicalizada a Diomedes Díaz Maestre, exalta al poeta trovador al decirle, “Aguas del Guatapurí/pueblito de Patillal/cuna de Fredy Molina/compositor inmortal”.

La única realidad que tenemos hoy, después de medio siglo de su partida, es que Fredy de Jesús Molina Daza es un genio malogrado que pervive por la sola fuerza de su obra.

*Escritor, Periodista, Compositor, Productor musical y gestor para que el vallenato tenga una Categoría en el Premio Grammy.