Guillermo Monroy, de "Frido" a muralista - Proceso

2022-10-22 21:03:25 By : Ms. Lin Jenny

Nacido dos años después de iniciado el movimiento muralista mexicano, al pintor le toca festejar la conmemoración del centenario. A su edad, entero en sus facultades y en compañía de su hijo Guillermo Diego, platicó largamente con Proceso por Zoom desde Cuernavaca, conversación promovida por la crítica de arte de este semanario, Blanca González Rosas. Debió remitirse a sus orígenes como discípulo de Frida Kahlo en la escuela “La Esmeralda”, como su ayudante y de otro de sus maestros, Diego Rivera. Esa labor, a menudo menospreciada, proporcionó a Monroy las armas para descollar al igual que sus compañeros los “Fridos”.

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).– Muy amable, lúcido, platicador, a sus 98 años el Frido Guillermo Monroy Becerril relata el devenir de lo que implicó convertirse en muralista, de su aprendizaje teórico-práctico para ser más que un “ayudante” en obras históricas, y de lo que piensa del muralismo a cien años de su creación.

Y subraya que la mejor manera de celebrarlo es restaurando las obras legado de la nación.

El artista, uno de los cuatro Fridos por haber sido discípulos de Frida Kahlo en la escuela de “La Esmeralda” –junto a Fanny­ Rabel (1922-2008), Arturo García Bustos (1926-2017) y Arturo Estrada (1925)–, dialogó en video-entrevista con Proceso desde Cuernavaca, Morelos, acompañado por su hijo Guillermo Diego Monroy, en una charla organizada por la crítica de arte de este semanario, Blanca González Rosas.

Si bien el relato de Monroy Becerril (Tlalpujahua, Michoacán, 1924) sobre sus años como estudiante de la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado es relativamente conocido, develó momentos de su día a día como alumno de Kahlo de 1942 a 1945 –y cercano hasta su muerte en 1954–, a quien reconoce más que como profesora de técnicas y teorías como una motivadora que buscaba empapar a sus alumnos de cultura, e incluso conseguirles espacios para pintar. Relata:

“Frida daba clase de Paisaje en La Esmeralda, Diego Rivera daba clases de Pintura mural. Después de las clases seguíamos pintando al óleo en la Casa Azul, pues nos indicó que nunca había dado clases de nada y que no nos iba a enseñar, sino entre todos nosotros –éramos unos 12 alumnos entonces– íbamos a enseñarnos mediante crítica y autocrítica, y así a conocer nuestra forma de pintar… nunca teorizó, nos llevaba libros, nos llevó a conocer lugares, el zoológico, el arte popular, el arte erótico.

“Pintamos en la Casa Azul, ella pintaba en su estudio, y de ahí nos iba a ver trabajar para saber cómo íbamos. Pintábamos en el jardín. Muchas veces y de buena voluntad nos daba desayunos, comidas o cenas cuando nos quedábamos, nos daba frutas y platicábamos sobre arte.”

Entre esas conversaciones, recuerda que Kahlo les expresó la necesidad de que aprendieran a pintar murales en alguna pulquería, entusiasmándolos con la tradición que imperaba en esos años. Así les consiguió La Rosita, que estaba cerca de la Casa Azul en Coyoacán, en la cual Monroy participó en la primera etapa (1943):

“Pintamos al óleo, ahí nos ayudó Andrés Sánchez Flores, técnico de Diego Rivera, quien nos enseñó a hacer los aplanados en La Rosita, y bajo su supervisión pintamos El Güero Estrada, Fanny Rabel, el ‘maestro Peña’, dos que tres más y yo, todavía no llegaba Arturo García Bustos…

“Ahí pinte una niña con ‘acocote’ (del cual se absorbe el aguamiel del maguey) rodeada de rosas y una mujer indígena detrás, y un niño también. Estrada pintó una comida al aire libre. Otro compañero pintó un paisaje con un burrito, avión y cargadores. Fanny Rabel ayudó a pintar y los demás con Frida también…”.

A la inauguración en La Rosita asistieron, además de Kahlo y Rivera, maestros de San Carlos y “La Esmeralda”, la cantante Concha Michel, la muralista Aurora Reyes, el poeta Benjamin Peret, estudiantes y público en general.  Y se cantaron corridos a La Rosita acompañados por Concha Michel. Monroy hizo uno el 19 de junio de 1943, cuyas dos primeras estrofas dicen:

Señoras y señoritas

del barrio de Coyoacán,

que alegre vengo a cantar.

del arte de pulquería

la gente ya se olvidó…

Otro de los espacios que Frida les ayudó a conseguir fue en la Casa de la Madre Soltera, en la calle de Tepalcatitla, cerca del jardín de La Conchita (Coyoacán), en un salón de actos dentro de la lavandería, donde participaron Estrada, García Bustos y él, y nuevamente Andrés Sánchez Flores los orientó con la técnica mural “a la cola”:

“Nos iba a visitar Frida de vez en cuando, para comer con ella y con el mural de las lavanderas.”

–¿En qué consistía ser ayudante de Frida?

–Frida nunca usó los pinceles para nada ni fue a enseñar a pintar murales, el maestro Diego nos enseñó Pintura mural en “La Esmeralda”, pero él no venía a ver cómo pintábamos. Lo bonito era que Estrada, Bustos y yo pintábamos solos. Dibujamos mucho en “La Esmeralda” en primero y segundo grado, con técnicas del maestro Sánchez Flores.

“Frida era una compañera, una amiga grande que no se sentía maestra de nada, sino que platicaba, nos daba consejos: ‘un poco más de color’, ‘están padres sus relatos’, ‘están gustando mucho a las lavanderas’, ‘están pintando muy bien’. Nos alentaba y entusiasmaba mucho con nuestro trabajo… a Estrada, García Bustos, Fanny Rabel y a mí nos daba mucho gusto verla porque era maravillosa entusiasmando. Y después de La Casa de la Madre Soltera nos dijo: ‘prepárense porque posiblemente viene otro mural’”.

Monroy detalla que se graduó como Trabajador de las Artes Plásticas por parte de “La Esmeralda”, certificado que compartió con este semanario, así como una credencial del 24 de agosto de 1943 en la que Frida Kahlo aparece como profesora de Taller de óleo.

Tras graduarse, relata, Frida puso a su disposición la Casa Azul como casa y taller para trabajar, además de aconsejarles “ver al pueblo, salir a la calle, abrir los ojos para aprender a pintar”, mientras que Rivera afirmaba que les tocaba “foguearse afuera”. Dice:

“Dejamos de ser discípulos de Frida, pero nunca la abandonamos hasta que falleció. Nos llamó un día para decirnos que nos había conseguido otro lugar para pintar: el Hotel Posada del Sol. Ahí vino una nueva técnica, al fresco.”

Antonio Franco, ayudante de Diego Rivera, les enseñó los aplanados, la pintura, la preparación, y así realizaron esa técnica en el hotel que hasta la fecha está abandonado y deteriorado (Proceso 2170). Ahí Monroy pintó La Adelita, las mujeres guerrilleras y sus amantes revolucionarios; Estrada, una especie de fiesta en Juchitán, y García Bustos, un hombre y una mujer como Adán y Eva.

–Debido a las enseñanzas que recibió de Rivera, ¿no se siente más discípulo de él que de Kahlo?

–Los tres diríamos que nos enseñó mucho Frida, pero aprender la pintura mural, ver cómo pintaba Diego cuando nos reuníamos en su casa, era hablar de arte. Fui ayudante de Diego también.

Para explicar inmediatamente que en el Museo Anahuacalli creado por Rivera colaboraron también los Fridos:

“Fuimos a ayudar en la azotea, con papel manila hicimos decoración para después, piedrita por piedrita sobre los dibujos del maestro los colocamos. ‘Colóquenlos con amor, píntenlos lo mejor que puedan porque este trabajo me recuerda al puntillismo’, nos dijo Diego. Eso nos entusiasmó mucho, fue un aprendizaje muy grande.”

El muralista también recordó su colaboración en la obra El agua, el origen de la vida (1951) en el interior del Cárcamo de Dolores, localizado en la Segunda Sección del Bosque de Chapultepec y cuya temática se centra en la importancia del agua en la evolución de la vida, basada en la teoría del biólogo ruso Alexander Oparin. Rememora:

“En el Cárcamo del río Lerma hizo una decoración maravillosa, puso a la madre naturaleza en el mar y pintó varios animales del agua, y nosotros dibujamos y pintamos con poliestireno, aconsejado Diego por José Gutiérrez, quien dirigía la cuestión plástica-técnica del Politécnico. Al pintar ahí decía que hiciera su trabajo con toda libertad porque el agua no le iba a hacer nada.

“En la boca hay agua que salía del túnel para ofrecerla a la gente del pueblo, unas manos maravillosas. Pintamos microbios, elementos biógenos y patógenos. Ya habíamos regresado al Partido Comunista y a Diego le complacía mucho esto. Arriba de las manos, donde se ofrece el agua al pueblo, pintamos una hoz, un martillo y la estrella roja. Le preguntamos a Diego que cómo se iba a ver y nos respondió que ‘al pasar el agua se iba a reflejar’.”

Ahí pintaron Rina Lazo, Arturo Estrada, Diego Rosales, y un maestro al que llamaban El yucateco, en la preparación dirigió Andrés Sánchez Flores, aunque en la nueva técnica estuvo al tanto José Gutiérrez, en cuyo taller se creó el “politec”.

–¿Rivera dibujaba y ustedes pintaban?

–Ahí viene lo bonito: era un espacio grande y se hizo con pintores en grupos. Diego trabajó así también en Estados Unidos, como lo hacían los antiguos mexicanos, un maestro grande tenía sus ayudantes y él ponía los diseños. Otras veces, cuando nos tenía confianza, nos decía: ‘tú pintas una rana, un cocodrilo, a la mujer, los microbios’. Pintaba con los que se sentía a gusto… todos éramos comunistas.

“Al pintar abajo, en el piso, venía el maestro dibujando con el poliestireno. Había unas líneas como dibujo grande a color y nos decía: ‘compañero, usted hace esto, lo otro, si conocen la biología, ustedes están en esta sección u otra’. Él ya no pintó en el piso, metimos colores con toda la libertad que nos dio, porque ya éramos buenos para dibujar.”

–Ustedes eran más colaboradores que ayudantes.

–Sí, éramos ayudantes pero estábamos muy adelantados, el principal pintor fue Diego Rivera… Él sabía qué escalas había que pintar, el maestro hizo muchos trazos antes en su mural, dibujó para el trazo general de la decoración, la parte central y las manos, pero al hacer esto nos dio libertad de pintar con los colores, menos la parte central. Nosotros las cosas más pequeñas. Una cosa fue la decoración en muro y otra en piso.

“Para reírnos un poco, le cuento, estaba un camarón y me dijo: ‘te toca a ti’. Cuando lo terminé con mucho gusto, él bajó, lo vio y se río, y me dijo: ‘Monroy, su camarón está cocido, está preciosísimo, pero lo tiene que cambiar de color’. Nos reímos todos, y me permitió pintar otra vez el cangrejo en el agua.”

–Aparte de El Cárcamo, ¿dónde más colaboró con Diego Rivera?

–Vamos a llamarle que colaboramos con el maestro Diego, se oye más bonito, así fue, usen ese término, así fue.

Cuenta que Rivera lo retrató en el mural Pesadilla de Guerra y Sueño de Paz en Bellas Artes, que hizo a raíz de una movilización por la paz en contra de la Guerra de Corea, que originalmente viajaría a un congreso a Estocolmo, Suecia, lo cual finalmente no sucedió. El mural desapareció en medio de un escándalo.

Otro de los trabajos en los que colaboró fue con Juan O’ Gorman en la Biblioteca Central de Ciudad Universitaria, sobre lo cual relata:

“Las plantillas que teníamos que hacer para CU, recortes de un metro por un metro, hacer vaciado, poner colores, echar cemento, poner anclas que pasaban por las paredes, para evitar que se salieran las placas, esos mosaicos se colocaron de abajo hacia arriba. Decoramos, pusimos colores, medidas. O’ Gorman veía, dibujó mucho en las plantillas, hizo el trazo, nos dio un pedazo de diseño y, tomando medidas, con mucho cuidado nos dirigió… los colores de las piedras él las consiguió, consiguió todo.”

Además de la Biblioteca Central, la labor de Monroy como muralista se puede rastrear en los edificios del antiguo Centro SCOP (ubicado en Xola y Lázaro Cárdenas), en donde junto a O’ Gorman, José Chávez Morado, Luis García Robledo, Rosendo Soto, Arturo Estrada, José Gordillo y Jorge Best Maugard plasmaron sus miradas particulares sobre las comunicaciones en el mundo, obras que tras ser dañadas por el sismo de 1985 han recibido la protección del colectivo ciudadano En Defensa del Centro SCOP (Proceso 2198, 2237, 2287 y 2320).

A trazo libre, Monroy plasmó en la SCOP el mural El beneficio de las vías de comunicación en la tierra.

Cuestionado sobre cómo debería celebrarse el centenario del muralismo, comenta que la preservación es lo más importante:

“Dando el lugar a los grandes artistas de México, que se tomen en cuenta las obras que se están echando a perder, porque la pintura mural le dio y le sigue dando muchísima fama a México. Que se restaure el patrimonio muralístico.”

Y en seguida solicita atender los murales que se ubican en el monumento a Miguel Alemán en la Presa de Temascal, cabecera de San Miguel Soyaltepec, municipio de la región del Papaloapan, Oaxaca, donde si bien medios locales de información reportaron una “rehabilitación” en 2017, seis meses después, sin resguardo seguro en la zona, pintas con groserías y aerógrafos volvieron a aparecer.

“Quiero pedir ayuda para ese mural de Temascal en el que participamos seis pintores con técnica de acrilato, para que se restaure… Actualmente no existe un movimiento plástico muralístico como en aquel tiempo, aunque hayan buenos pintores. No olvidemos a los pintores muralistas que vivimos.”

Llama la atención hacia las luchas sociales en el mundo entero y pone como ejemplo la confrontación entre Rusia y Ucrania, “y que los plásticos colaboremos a favor del pueblo y de México”.

–No recuerdo sus nombres, pero sí hay muralistas, hay jóvenes que están pintando y son desconocidos. Los grafitis son otro tipo de movimiento mural que –por lo poco que he visto– no llega al fondo de lo que acabo de decir, lo hacen bien pero no todos, es un movimiento nuevo.

Narra también que en algún momento fue censurado en su producción, y menciona dos obras, México 1847 y Belisario Domínguez resurrecto, murales pintados en la escuela Belisario Domínguez de Tuxtla, Gutiérrez, Chiapas, en 1951. Su hijo Guillermo Diego interviene para decir que “el primero en un primer momento fue modificado y posteriormente destruido por considerarlo políticamente incorrecto para un acto diplomático entre Estados Unidos y México”.

El artista recuerda otro mural perdido, Quienes nos explotan y cómo nos explotan (1946), colectivo de tres Fridos (García Bustos, Estrada y él) en la Casa Azul, que se presentó en la Alameda Central, pero el tema de la explotación molestó y lo quisieron destruir dañándolo con ácido. Explica:

“Luego de que le echaron ácido lo rescató Álvaro Carrillo Gil y se lo regresó a Arturo García Bustos. Finalmente entre los tres decidimos donarlo a Bellas Artes y lo recibió Magdalena Zavala, entonces directora de Artes Plásticas, y se exhibió un tiempo en el taller de Diego Rivera. Ahora debe pertenecer a Bellas Artes.”

Monroy concluye evocando el llamado “Golpe a Excélsior” y al director del diario y fundador de Proceso, Julio Scherer García, pues ese día llevó un trabajo para publicar y le dijeron que en otra ocasión debido a lo sucedido. Después se acercó la crítica Raquel Tibol y él donó un dibujo para la subasta que vio nacer el semanario:

“Lo bonito es que participé, vi nacer Proceso, vi lo que pasó, lo que hizo Raquel, y aquí sigue Proceso, y lo seguimos comprando.­” Reportaje publicado el 21 de agosto en la edición 2390 de la revista Proceso cuya edición digital puede adquirir en este enlace.

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