La nostalgia de San José en blanco y negro  • Semanario Universidad

2022-10-22 20:48:42 By : Mr. RUOYU MAO

Por Jose Eduardo Mora | [email protected]

La San José de finales del siglo XIX ya apuntaba maneras de querer parecerse a las ciudades europeas y en especial a París, que era hacia donde se dirigían las miradas de la oligarquía costarricense de entonces y eso se fue traduciendo y manifestando en la arquitectura que empezó a gestarse en la capital.

Desde la creación del Teatro Variedades, en 1892, el Teatro Nacional en 1897, el Colegio de Señoritas (1888) y la Buena Ventura Corrales (1886) ya San José se decantaba por una arquitectura que la convertiría, antes de 1950, en una de las ciudades centroamericanas más atractivas.

Una mirada a algunas edificaciones que ya no existen no solo muestra a esa San José en blanco y negro que convoca a la nostalgia, sino también a la reflexión de cómo el progreso pudo encargarse de derribar una ciudad de la que hoy solo quedan retazos.

Y de esos edificios que permanecen en pie, algunos están amenazados como el propio Cine Variedades, en desuso desde 2013 y en manos del Estado, el cual, casi una década después, no sabe qué hacer con la edificación por la que pagó ₡956 millones y que requeriría una inversión de al menos ₡1.000 millones para su adecuación y recuperación.

En este contexto, quienes se hayan adentrado a observar álbumes del San José previo a ese 1950, mitad de siglo que comenzó a marcar severamente un antes y un después de cómo sería la capital, que se fue llenando de cemento, que fue cediendo a las corrientes arquitectónicas más modernas y en la que la funcionalidad se privilegió por encima del afán de que los inmuebles también comunican y dan un signo específico.

Y así, de aquella añoranza de un San José que miraba a París como su modelo, como su espejo, fue quedando muy poco, a tal punto de que hoy, para apreciar ciertos rasgos arquitectónicos rescatables, se debe caminar por la ciudad con un propósito distinto, con la mirada atenta y a un ritmo más lento, para observar un elemento aquí y otro allá, mientras el ruido a veces excesivo y la suciedad de ciertas zonas afean el entorno y le quitan ese brillo que tuvo el principal centro político y económico del país.

Al lado de las pérdidas del Palacio Nacional y de la Biblioteca Nacional, dos emblemas de lo que había sido entonces la capital y que al día de hoy no hay una sola explicación que justifique su demolición, San José fue arrasada por esa idea de progreso que indicaba que el pasado debía eliminarse para que no quedara ningún rastro de él.

Quien se detenga a observar fotos del San José en blanco y negro por momentos dudará de si la ciudad que tiene en frente realmente fue la capital o es un montaje barato de los tiempos actuales.

La realidad es que cuando se confirma, con fuentes fiables y serias, que las imágenes son verdaderas, se llega a la conclusión, por ejemplo, de que el vestíbulo de ese Cine Palace que se está observando alguna vez existió donde hoy hay una tienda, así como años antes hubo una venta de hamburguesas, con lo cual se olvida que primero ahí estuvo un cine significativo para varias generaciones  y que marcó época en aquellos años dorados.

También en ese mismo sitio estuvo la Soda Palace, por la que desfilaron numerosos personajes, hasta el punto que la leyenda dice que por ahí se pasó el mismísimo Fidel Castro. Leyenda o verdad, esos eran los aires que predominaban en la Soda Palace, hoy convertida en tienda y que al observar el vestíbulo de cuando en ese sitio estaba el cine, la sorpresa que produce es mayor, porque pareciera que es un lugar que en realidad nunca existió en esta capital que se fue desangrando poco a poco hasta el hecho de no reconocerse así misma.

Los ecos de ese San José en el que la arquitectura quería comunicar el anhelo de que la capital quería parecerse a Europa, en especial a París, se recogió en una oportunidad en la exposición “La ciudad habitada, San José y el Teatro Nacional de ayer y de hoy”, que se mantuvo abierta en el Archivo Nacional en 2017 y que apuntaba a recordar aquel legado perdido.

Y si del Palace usted se mueve tan solo unos metros y se traslada a la Avenida Central, se topará con una fotografía de la Librería Universal, también irreconocible en el sentido de que si se compara el ayer con el hoy, el sentimiento es de estupefacción y la pregunta que de nuevo revolotea es cómo fue posible que un país que se miraba en el espejo de los europeos, que buscaba imitarlo, y cuyos hijos de las principales familias se iban al Viejo Continente a estudiar, no tuvieron la visión mínima para evitar que la ciudad fuera desapareciendo para quedar al amparo de una arquitectura de edificios funcionales y seguros, pero que pecan por el exceso de cemento, y que a la mirada simple del transeúnte se vuelven pesados, torvos y que de paso dejan traslucir que de Europa se pasaba a imitar al Miami feo, porque también está el otro Miami.

Toda esa arquitectura, eso sí, se ajustó a los parámetros del país, con un clima, un uso determinado del espacio, los juegos con la luz, es decir, no fue una burda copia de lo que se veía allende las fronteras.

Una magistral fotografía de Francisco Coto recoge una imagen de la Librería Universal que al pasar hoy por San José se tiene la sensación que son dos lugares distintos, y que no hay entre ellos ningún vínculo, ningún vaso comunicante que recuerde cómo fue que se erigió esa otra ciudad, más dada a los cafés, para que los habitantes la disfrutaran y no solo para que la soportaran y la sufrieran como sucede hoy en gran parte de la capital.

Si la mirada se va incluso más atrás, a comienzos del siglo XX, cuando todavía Costa Rica se movía al impulso de la visión de los liberales, que tenían como modelo la Europa ilustrada, es posible observar el Antiguo Club Alemán en la Avenida Central y el perfil que da esa imagen es extraordinario.

Cuando se observa una imagen de este calibre y se piensa en lo poco o nada que quedó, de nuevo es como si a mitad del relato la narrativa se torciera de manera arbitraria, sin previo aviso, y sin que medien elementos que justifiquen el cambio drástico que lleva a la nada.

La pregunta que surge al contemplar una imagen como la aludida es cómo sería hoy la capital si hubiese prevalecido la sensibilidad de que a la par del crecimiento que demandaba la capital, si hubiera establecido un plan para que se levantara la nueva San José y permaneciera la San José antigua como sucede en tantas partes del mundo.

Hoy, más que evitar ir al centro de la ciudad, a la que ingresan al menos un millón de personas por circunstancias laborales, sobre todo, San José sería un espacio distinto, el cual no solo atraería a los propios costarricenses, sino que también a los turistas, que pasan por ella como un relámpago para no contemplar la arquitectura que se les viene encima.

Una mirada a lo que era la Avenida Central en 1960 deja entrever una ciudad distinta a la que se puede constatar hoy. Las edificaciones respondían a una idea de ciudad más organizada, más cohesionada desde la óptica de la arquitectura, hasta que esa visión fue perdiendo fuerza, fueron cayendo los edificios y lo moderno fue invisibilizando a lo construido a comienzos del siglo.

Todavía a esas alturas —en 1960— permanecían en pie inmuebles que respondían esa idea global de un San José que poco tiempo después continuó dando paso a la lógica de que derribar edificios era más rentable que restaurarlos.

Así fue, también, como surgía la ciudad de los parqueos en que en buena medida se convirtió el casco central de la capital, aunque para ello se demolieran verdaderas joyas como el triste y emblemático caso de la Biblioteca Nacional, en cuyo espacio hoy funciona un parqueo y de la que solo queda un fragmento de un muro como para atestiguar las diferencias entre el ayer y el hoy.

La otra San José, de la que nos llegan ecos y relatos fragmentados, existió. De eso no hay ninguna duda, aunque al fragor de los tiempos actuales cuesta creerlo. No es como la Atlántida, de la que tanto se habla pero no hay ninguna prueba fehaciente de que en realidad existiera más allá de la imaginación de los filósofos y los poetas.

El San José del Variedades con sus zarzuelas, del Teatro Nacional y las compañías de teatro españolas que desfilaban por sus escenarios; el San José por el que alguna vez anduvo Manuel Gómez Miralles con su vocación de reportero y artista gráfico; el San José en el que cantó Melico Salazar; y el San José de los cafés al estilo parisino no es un sueño forzado, sino que fue una realidad que vivieron los antepasados y que se fue relegando en el camino hasta que llegó el progreso con sus nuevas tablas de medir y profetizar, y fue envolviendo a la capital en una bruma de la que todavía no se repone, y de la que hay motivos actuales para desconfiar, porque, de lo poco que queda de aquella capital con aires europeístas, cada vez se oyen más noticias relacionadas con demoliciones que dan espacio a construcciones dantescas como el propio edificio de la Asamblea Legislativa.

Adiós a los balcones

El San José de los balcones, aquellos en los que las gentes se solazaban ante el paso de la procesión o la caravana también desapareció para dar paso al crecimiento vertical. Aquella arquitectura, a veces barroca, a veces neoclásica y con un predominio de lo ecléctico y la adaptación a las condiciones de la luz, el espacio y el clima, fue desapareciendo casi por completo, de modo que hoy la ciudad está más cargada de nostalgias, evocaciones y sueños rotos.

Aunque aún hay elementos que conectan con ese pasado de altas aspiraciones en el ámbito arquitectónico, lo cierto del caso es que el presente impone construcciones más funcionales y que en ningún caso responden a una idea global de ciudad, como sí la idearon a finales del XIX y principios del XX.

Hoy, lo que se observa si camina por San José es cómo los edificios modernos parecen que van a caerle encima a los erigidos antes de 1950 y, en esa correlación de fuerzas, la ciudad se esfuma, se vuelve torpe, sin que, de nuevo, haya todavía alguna consideración para que en un futuro se conserve lo poco que queda o que las nuevas edificaciones guarden al menos algún estilo que permita recuperar a la ciudad desde el punto de vista arquitectónico.

En aquel San José de principio y mediados del siglo XX, hasta las boticas y las licoreras tenían ese glamour que los distinguía. Y vistas las fotos con la distancia que da el tiempo, parece, una vez más, que esa ciudad que pervive en esas fotografías es más una invención y una aspiración que una realidad que alguna vez existió.

Pese a todo, San José todavía guarda pequeños detalles que la hacen rescatable y que bien vale la pena hurgarlos con la paciencia del arqueólogo que busca con minuciosidad los elementos que le permiten reconstruir y reimaginar pueblos, ciudades y civilizaciones idas y sepultadas en el olvido de los tiempos.

Mirar a la San José en blanco y negro convoca a la nostalgia y a la certeza de que en verdad alguna vez la capital aspiró con razón y hechos, a ser habitable, con cafés, bohemia, con sueños y memorias que la conectaban con un estilo de vida, y a no ser solo mole, ruidos y contradicciones.

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